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Domingo de Ramos: La alegría de un pueblo que espera

El Domingo de Ramos​ es una celebración religiosa en la que la mayoría de las confesiones cristianas rememoran la entrada de Jesús en Jerusalén, iniciando con ello la Semana Santa. Se trata de un evento de particular importancia para la vida creyente, pues se entra en la semana madre de todas las demás semanas del año litúrgico, iniciando con ello la celebración del misterio central de la fe. 



Hablamos de un hecho atestiguado de manera múltiple por las distintas fuentes de los evangelios, atestiguando el acontecimiento de la entrada de Jesús en Jerusalén, conmemorado y celebrado con la bendición y distribución de ramas de palma o de otros árboles nativos. De ahí el nombre de domingo de ramos. En efecto, los criterios de historicidad atestiguan que Jesucristo entró en Jerusalén montado en un asno, y la gente que celebraba allí, depositó sus mantos y pequeñas ramas de árboles delante de él, cantando parte del Salmo 118: Bendito el que viene en nombre del Señor


Con todo, la presencia de Jesús montado en un asno, a modo de rey pacífico, junto a las salutaciones de palmas y mantos, evidencian la alegría de un pueblo que espera, que confía, que anhela y que se alegra. Los libros de Judith y II Macabeos, relacionan con énfasis los ramos como imagen de la felicidad (Jd 15,12; 2Mac 10:17). Así, Simón Macabeo entra a la ciudad de Jerusalén entre aclamaciones y palmas (1Mac 13:51).


La palma es una de las cuatro Especies llevadas a Sucot para mostrar el júbilo, según lo prescrito en Levítico 23:40. Del mismo modo la cultura grecorromana consideraba la rama de palma como un símbolo de triunfo y victoria. Cuando el triunfador deponía las armas y vestía la toga, la prenda civil de la paz, podía estar ornamentada con emblemas de palma. 


Así las cosas, esta fiesta invita a que nuestra vida florezca, haciendo una procesión en dirección a la virtud. El triunfo manifestado por la entrada de Jesús solo puede conducir a la cruz, que lo transportará, a su vez, a la victoria y al triunfo final. No es baladí que en el libro del Apocalipsis 7:9, la multitud vestida de blanco esté de pie ante el trono y el Cordero sosteniendo ramas de palma. 


La Iglesia, como nueva Jerusalén, abre las puertas a sus hijos en esta Semana Santa a través de los Ramos, a los pobres y a los más privilegiados, a los sencillos y a los más encumbrados, a los libres y a los encerrados, a los forasteros y a los migrantes, a los pecadores y a los santos. Después de todo, no hay espacio social donde esta transversalidad se manifieste con mayor perfección. Todos y todas sin excepción tenemos la posibilidad de levantar nuestras palmas con una súplica dirigida a Dios: ¡Sálvanos! ¡Hossana! ¡Viva el Hijo de David!




Por: Dr. Mauricio Albornoz Olivares, decano de la Facultad de Ciencias Religiosas y Filosóficas, Universidad Católica del Maule.


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